Durante los últimos días hemos tenido entre nosotros alguien conocido entre
nosotros simplemente como «Padre Álvaro». Hace ya casi un año recibimos juntos el
diagnóstico grave
que tenía cancro cerebral (Imagino que recibimos la noticia poco más tarde que
él). El había - prácticamente - renunciado su encargo providencialmente el día
del inicio del Año de la Fe, 11 de
octubre de 2012.
El Año de la Fe se nos va pasando
y dentro de poco terminará. En este mismo marco quisiera ofrecer palabras de agradecimiento
por este hermano, amigo, compañero pero sobre todo «Padre».
Aunque mi intención no es ser histórico contando los sucesos pasados (y en
algunas estancias - superados) me
acuerdo hace casi cinco años el haber recibido la fea noticia sobre nuestro
Fundador Marcial Maciel. Los hechos son tristes. Muy amargos y nadie quiere
recordarles de cerca. Cuando figuraba la pesadilla que había un ramo podrido en
el gran árbol de la Iglesia era en ese instante casi imposible para algunos
imaginar que ese ramo podría producir «fruto bueno, fruto que perdura» para
años y siglos. Sin embargo cuando humanamente la pesadilla no podría hacerse
peor viéndose en ella las traiciones de un supuesto «padre» un otro Padre que se
levantó para tomar las riendas y probablemente sin saberlo - ofrecerse como
víctima expiatorio. Me refiero al P. Álvaro.
P. Álvaro Corcuera LC |
Génesis narra que Abrahán era una persona sin familia. Su mujer era estéril.
Al revelarle Dios que iba a tener una familia numerosa que sólo los astros de
los cielos y la arena de la playa podían expresarla hizo Abrahán lo que cuenta
en dos palabras la Biblia, «Abrahán Creó»
(Gen 15,6). En este momento la Historia de la Salvación vio otro ramo aparecer.
Comenzó un pueblo de la fe, Un Pueblo de Dios. Habla la Biblia en
otros momentos de la contrariedad o realidad paradoxal de la fe. La fe de
Moisés y la de David son emblemáticas. Moisés, un tartamudo exiliado fue al
encontrar el Rey de reyes de ese entonces para redimir su pueblo. David,
pastorcillo con nada más que cinco piedrecitas fue al encuentro con el gigante
Goliat. Sin embargo los tres personajes del Antiguo Testamento hacen a un punto
u otro la misma pregunta: «¿Qué me vas a dar?» (Cf. Gen. 15; Exo. 3; 1 Sam 17).
Y ¿por qué no, no merecemos algo de nuestros esfuerzos?
El «En el principio» del Nuevo Testamento comienza esta vez
con la fe de una mujer, la de María. «Hágase en mí según tu palabra – Fiat» (Lucas 1). Y de este modo
recibimos la Luz del Mundo,
Jesucristo y en él una nueva vida. Él nos reveló – como que desveló - toda una nueva panorámica de
Dios. Dios misericordioso y amante que «tiene sed» de perdonar y acompañarnos,
tanto es así que quiere «ser uno» con nosotros como es con Dios Padre. Misterio
Insondable. «Quédate en mí y yo en tí» (Juan 15), decía El. Y los que se quedan
con el conviven con la esperanza de una confianza absoluta e indestructible. La
gracia que baja desde Dios es capaz de hacer de cada uno -una parte integrante
de la viña del Señor. No hay duda que «el Padre poda», limpia y nos hace crecer
más sin embargo, somos uno con Dios. Los grandes profetas del Antiguo
Testamento se hacen chicos ante este acontecer. Ya cada uno es uno con el árbol
más grande, fecundo y hermoso. Dios hace de nuestra poquedad – una grandeza.
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Es hermoso hablar de vida espiritual y contemplar lo grande que es Dios (y
lo grande que nos puede hacer de nuestra pequeñez). Sin embargo, el mismo Dios
Padre que nos perdona y quiere, nos poda y limpia. Tanto es así que su propio
hijo aprendió a obedecer «con sufrimiento» (Heb 5,8). La Cruz. La Noche Oscura
por la que pasó el Movimiento durante los momentos más pesados era Nuestra
Cruz. Eran y son tiempos misteriosos. Sólo Dios comprende y puede explicar los
sucesos paso por paso. Y durante esta limpia donde Dios poda «para que diese
más fruto» (Jn 15) hay un cuerpo de padres y hermanos que creen en Dios y consecuentemente en su Iglesia, el Movimiento y la
Legión. Entre la multitud sobresale uno que no pretende ser perfecto sino uno
entre muchos. Uno sin el cual seguramente la Legión y Regnum Christi hubiera faltado mucho. Lo suyo era creer firmemente
que «todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman»
especialmente para los «que han sido llamados según su designio» (Rom 8,28).
Podemos hipotetizar el designio de Dios para el P. Álvaro. No tengo juicio ninguno.
Jesucristo y su Vicario canonizan personas – no yo. No tengo ilusiones que es un
hombre sin fallo ninguno, sin mirar hacia atrás con vergüenza alguna. Sin embargo si no fuera por El muchos de
nosotros hubiéramos faltado a alguien importante en nuestras vidas. Cuando
un padre nos dejaba otro dijo «Sí» quiéranlo o no sus hijos. Este sí, este fiat de parte del P. Álvaro, ha sido el esperar
paradoxal – un «esperar contra toda esperanza» (Rom 4,18). Y por esta fe
estamos.
Nuestro Señor hablaba de que terminando de haber hecho lo que prometimos
hacer «nos debemos de llamar “siervos inútiles”» (Lucas 17). Aunque muchos lo
llaman «inútil» juzgándole por lo peor creo yo que no es ni para la historia ni
nadie a juzgar a una persona sino Dios.
Cuando «La palabra del Señor era rara en aquellos días, y la visión no era
frecuente» (1 Sam 3) había sí alguien que creía y cambió un designio que
parecía imposible. Le doy un agradecimiento cordial y filial de parte de un
amigo, hermano, e hijo al Padre Álvaro. Sé que vuelve a los tratamientos de quimioterapia
el lunes que viene. Le acompañaremos. No está solo. Sé que es poco posible
tenerle presente para mi ordenación sacerdotal. Sin embargo le invito, P.
Álvaro, a acompañarme para mi cantamisa. Le pido que me acompañe y me guíe paso
a paso al ascender los grados del altar y tenerle al lado con mano firme.
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